A las 18.00 horas de un miércoles, me encontraba en
mi casa terminando un trabajo. Mis compañeras de grupo confiaban en que hiciera
los retoques finales. Era la hora de merendar, me preparé un bocadillo de jamón
serrano, muy rico por cierto. Quedaban solamente dos bocados para acabar con
él. Entonces, me atraganté con un trozo de jamón. Hasta tal punto que me quede
sin respirar durante unos segundos. Los nervios y la ansiedad se apoderaron de
mi; no era la primera vez que me atragantaba, pero con tal mala suerte que no
ayudaron.
Durante más de dos minuto estuve sin respirar. Mi agotamiento por
luchar contra aquel trozo de jamón me pudo, me desplomé al suelo. Sí, triste y
sola, había muerto por culpa de un bocadillo de jamón.
Al día siguiente era la
entrega del trabajo. Mis compañeras ya no tenían más insultos que decir hacia
mi persona, pues no tenían idea de mi final como persona. El jueves a las 15.00
de la tarde mis amigas no pararon de llamar a mi casa para que les explicara mi
ausencia. No contestaba, se alarmaron, y a las 18.00 de la tarde de ese mismo
día, la policía me encontró tirada en el salón de mi casa, con el resto del
bocadillo en el suelo. Mi sentimiento era de alivio, pues esta vez nadie podría
echarme la culpa por no entregar un trabajo a tiempo. Y desde luego, porque me
quitaron ese maldito trozo de jamón serrano de la garganta.
Desde entonces, no
volví a comer jamón, obviamente, ninguna otra cosa. Estaba muerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario